lunes, 13 de enero de 2014

¿Cuánto cuestan los Reyes Magos?




¡Ay! Estoy exhausta… La navidad ha terminado y ahora lo único que quiero es reconfortar mi hígado agotado de tantos embutidos y volver a mi queridísima rutina diaria de centrifugados, infusiones y ensaladas variadas.
Que nadie se lo tome a mal, adoro la cultura mediterránea pero nunca he comprobado tan de cerca eso de “del cerdo no se tira nada”. No es que tenga algo en contra de estos listos animales pero quiero alejarlos por un tiempo de mi vida. Ay el espíritu navideño, ay papá Noel, ay el caga tío, ay lo reyes magos, ay la befana.
En una familia intercultural puede pasar eso: una empachada de personajes, rituales, dulces y, por supuesto, juguetes sobredimensionados. Y poco vale decirle con cariño a tus seres queridos que por favor, regalen lo mínimo y que sean cosas útiles, justo un detalle…



El plástico ha vuelto a invadir nuestra existencia: tres bebés- muñeco tamaño real (una hace pipi, otro baila reguetón y el tercero ríe y es muy inquietante); una pizarra electrónica que presume enseñar números y letras del alfabeto a un volumen contaminante; un león que ruge; un tigre; un gato que ronca; un conejo que salta; otro gato y… ¡no sigo!
Ayer mi peque los puso todos a dormir en su habitación: en su cama, en el suelo, encima de la cajonera; vació mi armario de toallas y trapitos para que estuviesen todos a gusto y calientitos.
Luego me llamó estupefacta para decirme: “Y yo, ¿dónde duermo? ¡No cavo!”.
Gary Cooper diría en una de sus mejores peli del oeste “hay alguien que sobra en este pueblo y no soy yo”.
Así que si hasta una niña de 3 años se ha dado cuenta del grave problema del consumismo navideño, los adultos tendríamos que reflexionar muy seriamente sobre nuestra adicción a las compras.
Y antes de gastar dinero en un juguete aparatoso y nada barato, pararse un minuto en pensar: ¿Para quién estoy comprando esto realmente? Para mi sobrino, nieto, vecino, amigo, ahijado... ¿o para mí?
Con tal sobredosis de estímulos lúdico-plásticos, el niño termina aburriéndose en menos de un día, los juguetes se apilan en una esquina del cuarto y ¿con qué juega mi peque al final? Con el viejo perrito de peluche heredado de su tía. Un elástico apretándole las orejas (¡como una coleta mamá!) y “a dormir” con una historia que parece estar leyendo ella solita de tantas veces que ha querido escucharla.
¡Ay! ¡Nuestra querida vieja rutina!

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