jueves, 10 de mayo de 2012

Mamá hazme reír



¡Mi niña ya tiene dos años! 
La veo con sus deditos gordos explorar la mermelada de arándanos que recubre su flamante tarta de cumpleaños (cuando festejamos el primero, estuvo mas interesada en su puré de manzana que en la Pflaumenkuchen – tarta de ciruelas - de una deliciosa pastelería berlinesa) mirándonos de reojo, sorprendida y sospechosa: “¿Cómo puede ser que me permitan hacer esto?”. Supongo que soy una madre presumida, ya que presumo de leerle el pensamiento. Es tu cumple cariño, hoy tienes un vale especial que te sirve para romper algunas de las reglas del protocolo. Aprovecha tesoro, porque de aquí a unos añitos nadie mas volverá a mirarte con la misma ternura mientras planchas con tus adorables y arenosas manitas (estábamos en un parque) la superficie del pastel que todo el mundo tendrá que comer de aquí a un ratito.



Hace exactamente dos años la tenía entre mis brazos en una habitación de hospital abarrotada de visitantes - no, los míos no eran muchos, pero los de la mamá de la cama de al lado, sí que eran unos cuantos – mirando con asombro esta personita tan perfecta y olvidándome (bueno, casi) de las 12 horas de contracciones, comadronas, enfermeras, ginecólogos y estudiantes que pasaban a echar un vistazo a esta bebé que por algún misterioso motivo no conseguía salir de mi amorosa barriga.
Y luego… ¡el milagro! No soy creyente, pero no hay otra palabra tan evocadora para describir nuestro primer encuentro. Ni existe vocabulario adecuado para resumir en pocos términos las emociones que afloraron en mi desde ese preciso momento (las 17.10). Incredulidad (¿de verdad esta es mi hija?), amor (la conozco apenas pero la amo), miedo (¿está durmiendo? ¿respira?), felicidad (el mundo es maravilloso, las enfermeras son simpatiquísimas y hasta el puré de patatas se parece al de mi madre), preocupación (¿y si no quiere tomar el pecho? ¿y si no tengo leche?), entusiasmo (hasta su caca es maravillosa).
Rápido cumplió su primer mes, poco después los 6, en un momento llegó al año, y, ahora anda pedaleando en su primer vehículo a tres ruedas.
Ya, mi niña tiene dos años. Ya no es una bebé. Su carácter se está formando junto con mi aprendizaje de madre-educadora-malabarista. Y esta ultima especialización, ¡no es la menos importante! Porque hay que ser artista de circo para transformar a una pequeña criatura en una pequeña persona. Hay que domar rabietas, flexibilizar obstinaciones, estimular funciones, equilibrar emociones. Hay que ser mentalista, trapecista, forzudo y, naturalmente, payaso! He aprendido que cuanto más se divierta conmigo más estará dispuesta a tomarse en serio mis pautas más rígidas. Comer sentada, dormir a la hora, ducharse, cambiarse, guardar juguetes o ir andando a la guarde.Todavía me falta conseguir que no se aleje corriendo a 200 por hora cuando, después de un largo paseo extenuante, finalmente me siento en un banquito y le digo: “Querida, siéntate cinco minutos con mamá a descansar y a mirar los periquitos de los arboles”. Pero, estoy en ello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario